miércoles, 9 de septiembre de 2009

Ironía escolar



Lunes, siete menos veinte de la mañana: zapatos sin lustrar, camisa sin planchar, el típico “no encuentro la libreta”, “no tengo monedas para el colectivo”, todo un dilema. La odisea: no olvidarte ningún útil referente a las seis materias del día (¡eso si no lo logra cualquiera!). Siete de la mañana: desayuno. “Espero haya algo rico para comer, muero de hambre”. Mamá no hizo las compras, alcanza para un café con leche y alguna que otra tostadita. “Bueno, espero Sonia haya traído galletitas para el recreo”. Ocho menos veinte, comienza el calvario. “Pasen a las jaulas” resuena en tu mente al recordar el saludo de primaria mientras el director con su sonrisa petrificada dedica el ya gastado “Buenos días”. Ni bien te sentaste materia tras materia, profesor tras profesor. Los diez minutos de recreo no te alcanzaron ni para pedirle galletitas a tu compañera y el cerebro se sobrecalienta al punto de no distinguir una percha de un hidrocarburo ciclo propano. Grave muy grave, mal futuro para el examen de química. Medio día, “al fin, ¡libertad!”. No podes esperar más por abrir la bolsa con la comida sobrante de la noche anterior y embutir hasta satisfacer tu bestial estómago. Queda la tarde, esas dos horitas de ingles eternas en las que el multiple choice de tan complejo se parece a un final de cuarto año de ingeniería mecánica: “no puede ser Miss, son todas las respuestas iguales”. Cuatro y media de la tarde: ahora si, li-ber-tad. Guardás tus cuadernos a la velocidad de la luz y sos la primera en salir del aula, del colegio y de la cuadra; tu marcha se asimila a la de los profesionales de olimpiadas, imbatible. Rompiste tu record al llegar a la parada de colectivo en cinco minutos para luego esperar unos quince. Auriculares en posición y por ende, tamborileo de dedos al ritmo de la batería. “Ese no va, ese tampoco…”. El tema de Led Zeppelin te parece interminable pero antes del platillo final llega tu esperada limusina. Boleto en mano y para casa. Al llegar, dejás tu mochila al pie de la escalera y te dirigís directo a la cocina (es algo así como una ley que la segunda puerta que uno abre al llegar a su casa es la de la heladera). Segundo café con leche y estás lista para hacer todo aquello en lo que cavilaste la mañana entera en vez de prestar atención a tu clase de química. ¿Pero qué era? Te sentás en el sillón… pasás al sillón de la computadora… pasas a tu cama… Algo no anda bien, te atrapó el demonio de la rutina. ¿Por qué dejarse alcanzar por el? ¿No es posible despertarse un lunes con el ánimo en alto y mantenerlo así por el resto del día, o mejor aún, por el resto de la semana? ¿Tan inalcanzable es una vida así? Nos perdemos en un laberinto de responsabilidades pero no pensamos que la diversión esta allí, al alcance de nuestras manos y la felicidad, a la altura de nuestros ojos. Te levantás, sonriente y altiva, vuelta de tuerca y es hora de renacer. Caminás hacia el patio y disfrutás del atardecer más hermoso que alguna vez creíste imaginar.


Ailén

1 reflexion/es:

Arthur dijo...

Jajajaj
"el cerebro se sobrecalienta al punto de no distinguir una percha de un hidrocarburo ciclo propano."

Podés poner también textos onda cómicos XD
sería genial Xd
jajaj
me cagué de risa con lo de arriba,
CYA

Kevin.

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