viernes, 11 de septiembre de 2009

Bola de nieve


Por un adiós… hace ya 5 meses

Te fuiste compañera, envejecida por los años, adolorida por tu enfermedad. Me dejaste sin un adiós pues ya no podías comunicarte ni siquiera con tu propia mirada. El pequeño jugo contigo hasta el último momento, ingenuo ante tu fuerza de voluntad por ver el mañana.

Albergué esperanzas hasta la noche anterior en que ya no podías moverte pues tus huesos no lo permitían. Tuvimos que cargarte como si fueses un bebé indefenso en la noche y posarte junto a la estufa pensando que podría brindarte el calor que tu espíritu perdía. Nos preguntamos si amanecerías con vida y ese jueves fue simplemente, radiante.

Elegiste un rincón del jardín donde el sol te abrazase y donde la quietud del otoño te brindase el momento encantado para al fin partir. Silenciosa, ya no comiste ni bebiste convencida de que ya no valía la pena y carecía de sentido luchar contra el destino que ya había determinado el final de tu permanencia en el mundo de los hombres.

Entonces, cuando el Dios alcanzó el cenit.. el estalló en llanto. Los aullidos nos partieron el alma, invitándonos al funeral. Allí estabas, inmóvil, con tu vestido de novia impecable y tus ojos ya ciegos, cerrados, impidiendo que la vida volviese a entrar en tí.

No nos invadió la sorpresa pero fue imposible no desear que fuese mentira, que retornases como aquella pequeña bola de nieve y vientre rosado de la que todos nos habíamos enamorado. Te imaginé volviendo a desfilar por las pasarelas o trotando por el patio, jugueteando con el agua de tu fuente y girando en el pasto convenciéndonos de unirnos al ritual.

Ahora solo me queda el recuerdo y aquella tierra del jardín, junto a la madera, la roca, el sol y la sombra.

Te extraño Namí, te extraño muchísimo. Fuiste mi amiga toda una vida y ya nadie podrá reemplazarte.

Descansá, hacelo ahora que ya no sentís dolor.

Ailén

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