domingo, 18 de abril de 2010

Tempus


¿Por qué no te paras maldito tiempo y me dejas ser feliz? Déjame ser, déjame estar un poco más, solo un poco. No existe fantasía más grata que la petrificación del devenir. El problema es el reflejo, las conclusiones. La física, como siempre aguafiestas, se empeña en destruirme las ilusiones.

Qué bueno que mi vida no se rige por el Carpe Diem, sino no podría seguir soñando.


Ailén

viernes, 9 de abril de 2010

Insignificante


Arándanos de fiesta quiero.
Jugo índigo sabor lujuria.

Quiero libertad, de esferas pardas,
que me pesan en las manos,
que se atoran en mi pecho,
que me aturden y devastan.
Quiero un casco transparente,
pero opaco al exterior.
Déjenme vivir, cual arándano,
pequeña y dulce, solo ser.


Ailén

domingo, 4 de abril de 2010

La femme economicus



Estoy leyendo un gran libro de economía, y no lo digo por su contenido (no tengo la agudeza y el pensamiento económico capaz de calificarlo – además de que apenas lo empiezo y dudo terminarlo – ) sino porque tiene unas casi mil páginas; por el amor de..!! Lo interesante es que estoy más que segura: pertenecía a una mujer. Pero pongo en duda realmente su procedencia étnica, pues el libro fue impreso en España aparentemente en 1993 y la biblioteca del Congreso lo consiguió en el ’96 (según una inscripción a mano alzada al final junto con el sello distintivo). Qué curioso, salía menos de $50, una ganga. Un libro de este porte hoy en día no se encuentra por menos de $200. Vuelvo a la mujer. Estoy segura de que estuvo en manos de una mujer, y una muy enérgica, al parecer por sus trazos gruesos subrayando las partes más relevantes (sin regla por supuesto, no había tiempo de femineidades). Al principio se me viene una imagen de alguien más bien hippie pues cada subtítulo de su interés está no solo subrayado sino también acompañado de una simpática flor; qué ocurrente esta muchacha. Pero luego me desilusiono y veo que no puede haber sido alguien así estudiando economía, alguien tan interesada, subrayando, completando los espacios en blanco, trazando círculos en las palabras clave, como si todo luego entrase por los ojos. Pero también pienso en mí, que no tengo nada que ver con la materia y estoy leyéndolo en este momento (bueno, en el momento anterior, antes de distraerme en esta hoja como suele pasarme bastante seguido) por obligación a un programa universitario. Y entonces.. tal vez sí era de una afeminada muchacha, distraída y estudiante como yo. Lo confirmo: el libro es un desastre, por poco y las tapas no se le divorcian; yo acabo de volcar una importante cantidad de agua en la página 33, qué descuido, qué cabeza. Ella era igual, ella era igual. O es todo un intento de consagrarme con la lectura. A quién miento, nunca lograré la catarsis, ¡denme mi libro de Coetzee!



Ailén


viernes, 2 de abril de 2010

Enfoques banales




He tenido vagas visiones, repetitivas visiones, en torno a las paradas de colectivo. ¿Resulta acaso que los personajes más extravagantes rondan siempre estas esferas?

Hay dos lugares claves, y sus respectivos participantes:

El primero, en medio de una vaga ciudad (por no decir pueblo que me suena a matas y olor a caballo) y un ambiente poco amigable para andar demostrando las riquezas de uno (en mi caso la mochila con los cuadernos y la bolsa de niñita tonta con el almuerzo esperando en un tupper). Entre las 8 y 8 y media de la mañana puede verse siempre el mismo espectáculo. Tenemos en el banquito de la parada al vendedor de pan (bastante requerido por lo cierto; he visto hasta clientes ya conocidos que pagan su hogaza desde la ventana del transporte en movimiento y siguen ruta) que suele sentarse solo con su canasta, o a lo sumo acompañado de su pequeño aparentemente interesado en el oficio paternal. Luego, la loca mendiga, loca en serio, hocicando entre los cestos por algo que comer (o que revolear). Preocupa por su falta de calzado y aquella bolsa negra de consorcio que a todas partes lleva y nadie sabe qué pueda llegar a esconder. También, señoras y señores, no faltan las mujeres mayores que esperan sin ansias el colectivo alegando tomárselo únicamente en horario, cosa de no llegar temprano a lo del patrón a trabajar. Muy ingeniosas. Por otra y última parte está aquella hermosa parejita en bicicleta: el muchacho llevando a la chica (pelirroja) supongo a su trabajo o su casa, donde la esperan aquellos que no quiere volver a recordar.

Y finalmente está aquella otra parada que cité, donde espero (tranquila y sin esperanzas) la misma línea de transporte. Pero aquí suelo ver al grupo cúlmine de los personajes; en la vereda de enfrente.
Son seis mujeres. Demasiado parecidas. La madre al frente, a veces con la más pequeña de la mano, y detrás el resto, dos mayores y dos menores, en parejitas. Demasiado parecidas. Todas de pelo negro, azabache y lacio; de caras pálidas. Comienzo a pensar que veo doble a aquellas horas, cuando lo único que quiero es al menos un clon que se encargue del trabajo pesado; o de uno que se divierta en fantasías color rosa, o que soporte el control de cinco responsabilidades a la vez, o que lleve el control de dos vidas, acompañado siempre de su complemento.
Qué miedo esas chicas. No se si quiero volver a verlas.




Ailén