domingo, 28 de marzo de 2010

Garabatos en palabras III


A mi no me mientan: el chocolate y el café son elíxires de la vida. ¿O era tu piel que al rozar la mía perfilaba la panacea universal?


Ailén

Garabatos en palabras II


Meandros de recuerdos y sumas de arrepentimientos. Y dudas, muchas dudas. A veces uno se pregunta ¿Qué estaba pensando cuando le dije que sí? Mon dieu, sí que estaba loca. Menos mal que uno madura porque sino serían tropiezos tras tropiezos. Sin embargo mi verdor no tardó en llegar, como tampoco tú. Tranquilidad. Ahora nada puede arruinarlo.


Ailén

Garabatos en palabras I


Se me escapa la música por las orejas. ¡Atrápenla! No quiero quedarme sola de nuevo.


Ailén

miércoles, 10 de marzo de 2010

Las olas (fragmento)



El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías.


Virginia Woolf, 1931

sábado, 6 de marzo de 2010

El hambre /2



Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame.
El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.


Galeano, Eduardo. El libro de los abrazos. Buenos Aires: Catalogos, 2003


lunes, 1 de marzo de 2010

Retrato



Fotografía: Tomada por mí, en el jardín detrás de la Catedral de Notre Dame de Paris. Me encanta la imagen, no solo por el hecho artístico sino también por lo que esconde al final: aquellas personas divirtiéndose como niños.

Ailén