Me voy de viaje, y no a descansar! Volveré el 2 de Octubre, una fecha más que especial.
Au revoir mes amies!
Ailén
Creías que no podrían suceder, aquellas insólitas imágenes que tu mente colocaba como inhóspitas, utópicas. Ilusa, como si todo no pudiese pasar. Como si lo imposible no fuera mera palabra, y lo más improbable no fuera hoy, la vida diaria. Lo extraño, simple trámite; lo insano, al alcance de la maldita yema de tu dedo. ¿Que quieres? ¿Eso? ¿Aquello? Pídelo, lo tendrás. Vendrá el delivery de la infamia para entregarte lo que tanto deseabas consumir en un segundo por el solo valor de … ¡ha ha! ¡Sorpresa! ¿O acaso creías que era tan fácil? Te presento la realidad mi amigo: la letra chica está debajo de todo puño y letra, debajo de este plano, debajo de tu mirada y debajo de tus pies, motores del movimiento que a los tantos caminos incorrectos te lleva. Pero es claro que no soy yo quien te impulsará a repensar tus cavilaciones, tus incertidumbres o espesuras. Ni siquiera servirá de simple consejo, pues son solo vocablos, uno atrás de otro, y otro y otro… Los lees, los piensas, los descartas. Pero siempre, siempre, se llega al punto final. Todos lo hacemos y todos lo haremos, en esta vida o en la otra después de todo. Drástico y sin drama, impulsivo como tanto te atrae, como tanto te enloquece. Humanos, qué hermosas creaciones. ¡De error en error pero con la frente siempre en alto!
Ailén
- Último cuadro del parque -
Instinto asesino,
el de una hoja a punto de caer,
almendra o castaña,
como el corte de su cabello
soplando en el viento, al ritmo del entrever.
Inquieta la rosa,
movedizo el pétalo del clavel,
incitan la muerte
tras la soltura de sus polleras.
Instinto asesino,
junto al cambio de estación,
cual roca cubierta
de helada espuma veraniega,
de veneno blanco,
de tu último adiós.
¡Qué espesura la de la niebla!
¡Qué sofocada mi visión!
La figura de su sombra,
escondida bajo la negra capa,
asomando, el brillo de su hoz.
Ailén
Para mi madre,
La llamaban Isadora y en su danza ella plasmaba lo que ni el viento ni las olas pudieron alguna vez representar. La libertad de sus ágiles curvas al compás de las notas enardecía a su público quien estupefacto ya no encontraba palabras para describir lo que en el escenario se mostraba. Muchos la consideraron revolucionaria, tal como un lince fuera de control, que con cualquiera de sus pasos podía paralizar al mundo. La conservadora sociedad del momento pudo haberla escondido tras las sombras, pero muchos olvidaron que las sombras podían también bailar. La diferencia radicaba en que su danza, aunque oscura, no provenía de la imitación, era un fantasma independiente, inmerso en una locura de la que se desprendía en cada pieza musical. Su mente y cuerpo al desnudo se mimetizaban en una sola fuerza descomunal, capaz de derrocar a cualquiera de su pacífica plenitud. Para entonces, el arte no se imaginaba que tal vendaval nacería para quebrar su clásica historia, llevándolo a preguntarse acerca de qué tan amplio podía llegar a ser el espectro de su expresividad.
Llegó a Norteamérica cuando menos era esperada pero no se rindió ante los abucheos que se anteponían a su pasión. La consideraban revolucionaria y trágica pues su inspiración partía de la muerte y el sufrimiento, y también minimalista ante la pequeñez de sus ropas que sugestivas ofendían a los más mesurados. Sus cabellos sueltos y la falta de maquillaje dejaban entrever la realidad de sus expresiones, reflejando aquellas inquietudes que rondaban en su mente y se hacían visibles a través de las facciones del dolorido rostro. La injusticia la acompañaba día a día, como también a los marginados de una sociedad jerárquica a la que poco le importaba la vida o muerte del inferior.
Isadora, Isadora, ¡cuánto fue lo que quisiste interpretar ante seres tan crudos y cuán poco fue su entendimiento hacia tus figuras! La resignación ante la existencia de tu persona persistió pero aún así llevaste a cabo la fiesta de despedida; la celebración de tu éxodo cuando ya no pudiste resistir más aquellas oscuras tierras. La felicidad, aunque hipócrita, de tus invitados te acompañó durante toda la velada, como así también, durante tu muerte.
La llegada de su amante terminó por colmarla y juntos, por supuesto, bailaron aquella pieza final, regocijando a la muchedumbre. Su chalina, extensa hacia lo imposible, la seguía e imitaba en cada movimiento, logrando así una armonía mágica e irresistible. Seguramente la sospecha no hubiese alcanzado jamás el punto de creer que aquel sería, efectivamente, su último baile, pero sin dudas fue por ello que lo hizo con tanto esmero, como si nadie la mirase, como si ella y su pareja se fundiesen en una sola persona.
Su fuga fue gloriosa. Brincando de alegría se alejó del jolgorio, tomada de la mano con quien compartiría un viaje único hacia la eternidad. El descapotable los esperaba, brillando ante una luz tenue de atardecer, oculto bajo un crepúsculo mortal. Ya sobre el asfalto nada podía entrometerse, su alma era libre y esa libertad la acompañaría hasta el final de los caminos.
Su grito final ‘¡adiós mis amigos, me voy al amor!’. Fue entonces cuando su respiración se vio interrumpida al enredarse aquella chalina, roja como la sangre, en la rueda del automóvil, dándole así la muerte a la bailarina más atrevida a la que Norteamérica alguna vez enfrentó.
Isadora fue y será, la guerrera emperatriz, única capaz de manifestar su desencanto hacia el mundo.
¿Escuchas la cantidad de risas que nos han acompañado?