viernes, 2 de abril de 2010

Enfoques banales




He tenido vagas visiones, repetitivas visiones, en torno a las paradas de colectivo. ¿Resulta acaso que los personajes más extravagantes rondan siempre estas esferas?

Hay dos lugares claves, y sus respectivos participantes:

El primero, en medio de una vaga ciudad (por no decir pueblo que me suena a matas y olor a caballo) y un ambiente poco amigable para andar demostrando las riquezas de uno (en mi caso la mochila con los cuadernos y la bolsa de niñita tonta con el almuerzo esperando en un tupper). Entre las 8 y 8 y media de la mañana puede verse siempre el mismo espectáculo. Tenemos en el banquito de la parada al vendedor de pan (bastante requerido por lo cierto; he visto hasta clientes ya conocidos que pagan su hogaza desde la ventana del transporte en movimiento y siguen ruta) que suele sentarse solo con su canasta, o a lo sumo acompañado de su pequeño aparentemente interesado en el oficio paternal. Luego, la loca mendiga, loca en serio, hocicando entre los cestos por algo que comer (o que revolear). Preocupa por su falta de calzado y aquella bolsa negra de consorcio que a todas partes lleva y nadie sabe qué pueda llegar a esconder. También, señoras y señores, no faltan las mujeres mayores que esperan sin ansias el colectivo alegando tomárselo únicamente en horario, cosa de no llegar temprano a lo del patrón a trabajar. Muy ingeniosas. Por otra y última parte está aquella hermosa parejita en bicicleta: el muchacho llevando a la chica (pelirroja) supongo a su trabajo o su casa, donde la esperan aquellos que no quiere volver a recordar.

Y finalmente está aquella otra parada que cité, donde espero (tranquila y sin esperanzas) la misma línea de transporte. Pero aquí suelo ver al grupo cúlmine de los personajes; en la vereda de enfrente.
Son seis mujeres. Demasiado parecidas. La madre al frente, a veces con la más pequeña de la mano, y detrás el resto, dos mayores y dos menores, en parejitas. Demasiado parecidas. Todas de pelo negro, azabache y lacio; de caras pálidas. Comienzo a pensar que veo doble a aquellas horas, cuando lo único que quiero es al menos un clon que se encargue del trabajo pesado; o de uno que se divierta en fantasías color rosa, o que soporte el control de cinco responsabilidades a la vez, o que lleve el control de dos vidas, acompañado siempre de su complemento.
Qué miedo esas chicas. No se si quiero volver a verlas.




Ailén

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