viernes, 13 de noviembre de 2009

La imprenta de la paradoja trillada



Y pensaba… en la inmortalidad del alma.
Se que no soy la primera en citar estos delirios, pero tampoco seré la última. Háganme un lugar pues, pequeños filósofos.

Lo que meditaba era lo siguiente: la reencarnación TIENE que existir. No puede ser que se nos empache de vida UNA SOLA VEZ, seria simplemente injusto. ¿Injusto por parte de quien? Bueno en eso ya no me meto. El caso es que si la reencarnación existiese, ¿Dónde queda resguardada la memoria, la experiencia anterior? Pero… ¿no seria caótico si así fuese? Vidas y vidas, rostros, risas, llantos, muerte tras muerte, no, no, no, demasiado de solo pensarlo. Así que… nuestro alma renace en un nuevo cuerpo, desmemoriado, vacío en sentimientos aún desconocidos. Y así comienza una nueva realidad. Sin embargo algo se perdió: ¿cómo crecemos en número? Las ánimas permanecen estables en el tiempo pero la sed reproductiva en el hombre es… imparable. Entonces… las almas se fragmentan. Se transmite la mitad de la misma de madre a hijo, de generación en generación. Se donan los espíritus llenos de historia a cada nuevo ser que llore al llegar. Y lloramos porque algo nuevo se nos ha metido en el pecho, envuelto en el aire durante el primer respiro. Algo pequeñito, tanto que a través de los años ya casi no puede distinguirse su forma. ¿Será por el empequeñecimiento de nuestro aliento que el mal cada vez mas se apodera de los débiles? No, sería demasiado cruel. El alma debería poder regenerarse, mantener su luz e luminar las pieles de las nuevas sonrisas.

Me parece a mí o… Quiero vidas, muchas, muchísimas para seguir viéndote en ellas…

Si… como siempre, tontita.


Ailén


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